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Aprobación presidencial comparada y Covid-19


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En la mayoría de países sudamericanos, las reacciones gubernamentales a la pandemia de Covid-19 han generado incrementos en las aprobaciones presidenciales. Salvo excepciones notables (Lenin Moreno en Ecuador), los mandatarios de la región han crecido en apoyos, independientemente de cuán bien o mal vayan lidiando sus administraciones con el coronavirus. Por ejemplo, si bien Chile es uno de los países con menores tasas de letalidad y cuyo sistema de salud no alcanza aún niveles críticos, no se registra -en consecuencia- un “premio” en la aprobación presidencial. Es cierto que Sebastián Piñera ha duplicado (de 12 a 25% según Cadem) su aprobación en los últimos dos meses, pero aún no alcanza el tercio de apoyos con el que contaba antes del “estallido social”. Contrasta el colombiano Iván Duque, quien también se encontraba en apuros de popularidad e inmerso en protestas sociales antes de la pandemia. Ha aumentado de 23% a 52% (Gallup-Invamer), a pesar de sus desencuentros con autoridades subnacionales al momento de construir una estrategia nacional. Una situación aún más radical se rastrea en Perú, con un sistema de salud al borde del colapso y medidas de confinamiento que no han dado los resultados previstos. Sin embargo, Martín Vizcarra ha crecido de un cómodo 55% a un histórico 80% (IEP) desde la llegada de la pandemia. ¿Por qué las reacciones de la opinión pública respecto a sus gobernantes no están de acuerdo con los indicadores de eficiencia en la lucha contra el Covid-19?

El Covid-19 no ha neutralizado las identidades partidarias. Quizás, todo lo contrario, en algunos casos las ha cohesionado aún más. Aunque las identidades partidarias están influenciadas por el desempeño de los gobernantes, son, sobre todo, mezcla de razones y emociones imbricadas en identidades colectivas que dividen al mundo entre correligionarios y rivales. Y vaya que a Piñera le abundan estos últimos. Pues, en buena medida, sus detractores suman no solo a sus opuestos programáticos (la izquierda), sino también a los anti-establishment (a esa masa ideológicamente heterogénea pero politizada, que traduce su malestar contra el sistema en la figura presidencial). Así, los errores presidenciales cobran una magnitud que trasciende los fueros de la racionalidad. Piñera -quien en algún momento de la historia se metió en las mentes y en los corazones de un sector de chilenos- hoy habita en las vísceras de quienes repudian cómo se ha gobernado al país, libremente de aciertos circunstanciales.

Comparativamente, Alberto Fernández en Argentina e Iván Duque en Colombia suben en popularidad porque las identidades políticas opuestas (el antiperonismo y el antiuribismo, respectivamente) no remontan sus derrotas electorales ni han logrado convertir la movilización social (en el caso colombiano) en una victoria moral, como consiguió el anti-establishment chileno con el “estallido social”. Martín Vizcarra, por su parte, no tiene rivales políticos, pues el aprismo y el fujimorismo no salen de la derrota moral que se les aplicó con el cierre del Congreso. Como vemos, la pandemia no ha significado treguas políticas.

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