ICSO UDP

Columna del equipo de la Encuesta ICSO UDP: los indecisos y las emociones de la elección presidencial

Gabriel Otero, Macarena Orchard, Pedro Valenzuela, Lidia Casas, Constanza Pérez y Claudio Fuentes – CIPER

“Para comprender mejor cómo se articulan estas emociones, expectativas y percepciones políticas, aplicamos técnicas de análisis estadístico multivariado que nos permitieron identificar tres perfiles diferenciados en la población adulta chilena. Cada uno representa una forma particular de vivir emocionalmente la elección, proyectar esperanzas sobre el futuro, y posicionarse frente al poder transformador del voto. A continuación, presentamos la tabla que sintetiza las diferencias entre estos grupos.

Entusiastas del Orden (35,4 %): Este grupo vive la elección presidencial desde las emociones más positivas del espectro político: esperanza y entusiasmo. Para ellos, el 16 de noviembre de 2025 no es una fecha más en el calendario electoral, sino un punto de inflexión histórico. Están convencidos de que la elección puede cambiar profundamente tanto el rumbo del país como su propia vida cotidiana, y anticipan con optimismo que Chile mejorará mucho en los próximos cuatro años. Sus esperanzas se articulan en torno a un eje claramente definido: orden, seguridad y crecimiento. Quieren menos delincuencia y corrupción, que disminuya la inmigración, y que aumenten el crecimiento económico y el empleo. Su mirada sobre los problemas nacionales prioriza la estabilidad y el control por sobre la redistribución o la justicia social. No están pidiendo más derechos o beneficios, sino más disciplina, fronteras más firmes y una economía más pujante. Esta visión se refleja coherentemente en sus preferencias de liderazgo: buscan un gobernante autoritario y decidido, dispuesto a actuar con firmeza y rapidez, sin perder tiempo en conversaciones o consensos.

Este perfil está conformado mayoritariamente por adultos y personas mayores de ambos géneros, pertenecientes a sectores socioeconómicos medios y medio-altos, distribuidos en diversas zonas del país. Su posición política se ubica claramente en el centro-derecha y la derecha, con preferencias electorales concentradas en José Antonio Kast y Johannes Kaiser. Son, en muchos sentidos, los herederos de una tradición conservadora que valora el orden institucional, la autoridad y el crecimiento económico como pilares fundamentales del bienestar y el progreso.

Progresistas Esperanzados (28,3 %): Este grupo comparte con el grupo más conservador las emociones positivas —esperanza y entusiasmo— y la convicción de que esta elección marcará un antes y un después en la historia del país. También creen que el resultado cambiará su vida cotidiana y anticipan que Chile mejorará mucho en los próximos cuatro años. Sin embargo, aquí terminan las similitudes. Sus esperanzas apuntan en una dirección radicalmente distinta. De hecho, para las personas de este grupo, la transformación que Chile necesita no pasa por más orden o crecimiento económico, sino por más justicia social y redistribución. Quieren que aumenten los beneficios sociales, los sueldos y las pensiones. Su mirada está puesta en las desigualdades estructurales que limitan las oportunidades de las mayorías, y esperan un gobierno que priorice el bienestar colectivo por sobre los indicadores macroeconómicos. Esta diferencia ideológica fundamental se manifiesta también en sus preferencias de liderazgo. Buscan una gobernante o un gobernante empático, dialogante y honesto, y rechazan explícitamente el autoritarismo.

A diferencia de los otros dos grupos, las personas de este grupo presentan una composición sociodemográfica más transversal. No se concentran en un género, edad o estrato socioeconómico específico, y abarcan diversos niveles económicos. Lo que los unifica no son características demográficas sino una posición política claramente inclinada hacia la izquierda, con preferencia electoral por Jeanette Jara. Están distribuidos en todo el territorio nacional, sugiriendo que la esperanza progresista no es un fenómeno metropolitano ni de élite, sino una aspiración que atraviesa geografías y clases sociales.

Indecisos Resignados (36,3 %): Este es el grupo más numeroso de los tres y, sin duda, el más interesante analíticamente. Viven la elección presidencial desde un lugar emocional oscuro y complejo: rabia, preocupación, desesperanza, desconfianza, resignación e indiferencia dominan su experiencia. Mientras los otros dos grupos debaten apasionadamente sobre qué tipo de cambio necesita Chile, las personas de este grupo han concluido que el cambio simplemente no llegará. De hecho, para ellas y ellos, «da lo mismo quién gobierne» no es una frase cínica ni una provocación política, sino una constatación amarga de la realidad. Todas las candidatas y los candidatos son iguales, creen, y ninguno cambiará realmente su necesidad de salir a trabajar todos los días para sobrevivir. Anticipan, consecuentemente, que el país seguirá igual o empeorará en los próximos cuatro años.

Sin embargo, este grupo no carece de esperanzas, las cuales se concentran en temas urgentes y tangibles: menos delincuencia e inmigración, y que aumenten el empleo, los sueldos y las pensiones. Es decir, tienen necesidades y demandas concretas, que de alguna u otra manera conectan aspectos distintivos de los discursos tradicionales de la izquierda y derecha. Sus esperanzas existen, pero flotan sin anclaje institucional, sin un candidato o proyecto que las represente creíblemente. En cuanto al liderazgo, prefieren gobernantes decididos y honestos. No piden autoritarismo ni diálogo, no se inclinan por la mano dura ni por la empatía. Lo que quieren, en el fondo, es alguien que cumpla lo que promete y actúe con transparencia, virtudes que sienten ausentes en la política actual. Su demanda es, en ese sentido, elemental y compleja al mismo tiempo: simplemente quieren que les crean, que no les mientan, que hagan lo que dicen que harán.

Este segmento está compuesto mayoritariamente por mujeres jóvenes y adultas de sectores socioeconómicos bajos, distribuidas en diversas zonas del país. Lo más significativo es que la mayoría no tiene ninguna posición política definida y una parte importante no sabe todavía por quién va a votar. No se identifican con la izquierda ni con la derecha, y no se sienten representados por ningún candidato de forma clara.

Lo que emerge de estos tres rostros emocionales es un país fragmentado no solo en sus preferencias políticas, sino en su manera de experimentar y dar sentido al proceso democrático. La división no es simplemente entre izquierda y derecha, entre autoritarios y progresistas, sino entre quienes todavía creen que la política importa y quienes han abandonado esa fe. El dato más inquietante es que una parte importante de las personas vive la elección desde la resignación y la desconfianza, convencidos de que su voto no cambiará nada sustancial en sus vidas. Por otro lado, quienes mantienen la esperanza, proyectan visiones completamente opuestas sobre el futuro deseable para Chile. Unos quieren orden, control de la inmigración y crecimiento económico; otros redistribución, beneficios sociales y derechos ampliados. Ambos creen que esta elección puede marcar un hito, pero están apostando por transformaciones mutuamente excluyentes. Más aún, sus preferencias de liderazgo son incompatibles: unos buscan autoridad y decisión sin miramientos; otros empatía y diálogo sin autoritarismo”.


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