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El centro a la deriva


Medio:

A la deriva, no hay duda. La Democracia Cristiana está viviendo una suerte de búsqueda de su posición política por diversos motivos, ya sea electoral, ideológico y/o por conflictos internos. Con un nuevo sistema electoral que saca la “camisa de fuerza” del efecto binominal, el PDC tendrá una decisión clave en su próxima junta nacional respecto a su posicionamiento político en un nuevo sistema de partidos. Su decisión política no solo repercutirá al rumbo de la DC, sino que al sistema de partidos por completo debido al rol histórico del centro en la política chilena.

Andreas Klein, representante en Chile de la fundación Konrad Adenauer, defendió la idea del “camino propio” y rechazó la postura partidaria de la “oposición total”. Es decir, puede ser que en algunos proyectos de ley, la Democracia Cristiana esté junto a la coalición gobernante del próximo presidente Sebastián Piñera. Sin embargo, esta idea del “camino propio” o “volver al papel del centro” tiene distintos matices que hay que tener en cuenta. Según la obra de Timothy Scully (1992), Los partidos de centro y la evolución política chilena, existen dos tipos de partidos políticos de centro característicos en la historia política chilena: posicional y programático. Mientras tanto, hay otros miembros en la DC, como la senadora electa Yasna Provoste, que desean continuar con la Nueva Mayoría como coalición opositora.

¿Cuáles son las posibles consecuencias que llevan estos tres diferentes caminos de posicionamiento ideológico del centro político? Por un lado, un partido de centro de tipo posicional “es el que ocupa una posición intermedia, de compromiso con respecto a los polos extremos, sobre el eje predominante del conflicto político. Su liderazgo está motivado ante todo por la meta de obtener acceso al Estado y mantener el poder” (Scully 1992:24). Dentro de la historia política chilena, este rol lo ocuparon el Partido Liberal en el siglo XIX y el Partido Radical hasta la década de 1950.

Seguir este camino lleva una serie de desventajas, inferido por la experiencia de estos dos partidos. Principalmente, hay un efecto de desconfianza programática por parte del electorado al estar haciendo alianzas coyunturales con ambos polos, debilitando aún más el débil vínculo entre el partido y la ciudadanía. Esto sería letal en un contexto de baja confianza partidaria y un aumento significativo de ciudadanos que no se identifican políticamente.

Por otro lado, un partido de centro programático “está sustancialmente comprometido a un conjunto específico de políticas y un resultado peculiar a lo largo del eje de la fisura principal, sobre los cuales no está dispuesto o no puede admitir compromisos. Sus líderes están más interesados en usar el Estado para alcanzar metas programáticas” (Scully 1992:24). Justamente, la Democracia Cristiana ya ocupó este sitio desde la década de 1950, especialmente en el gobierno de Eduardo Frei Montalva (1964-1970).

Este camino también tiene sus riesgos. Aunque actualmente este tipo de partido no presentaría un riesgo para la democracia (ver A. Valenzuela, El quiebre de la democracia en Chile), no existen las condiciones desde ese entonces para asegurar el éxito de este rumbo; ya sea por las coyunturas específicas de la época (como el naranjazo), la creciente polarización, una mayor cohesión interna y la mayor identificación ciudadana con los partidos políticos, a comparación de esta década política. Los tiempos políticos de ahora son claramente distintos de la década de 1960. Además, la posible idea de una coalición de centro se diluyeron el 19 de noviembre por dos motivos: el nulo desempeño electoral de la coalición “Sumemos” y la fidelización de los partidos más cercanos a nivel posicional (PRSD y Evópoli) con sus coaliciones políticas (Fuerza de Mayoría y Chile Vamos, respectivamente).

Finalmente, como tercera opción, encontramos un centro político que se sigue acercando más a un proyecto de centro-izquierda. Este ejemplo lo podemos encontrar hasta ahora, o hace un momento, con la membresía de la Democracia Cristiana con la Concertación y, posteriormente, la Nueva Mayoría. Los que defienden esta postura destacan palabras como: consenso, acuerdos, gobernabilidad, unión en la oposición, estabilidad. A pesar de que algunos conceptos pueden ser debatibles, no cabe duda que el rol de la Democracia Cristiana otorgó estabilidad a una de las coaliciones más duraderas de la política chilena, como la Concertación.

No obstante, aquí primará el rol clave de “La Fuerza de Mayoría”. Los acercamientos del Partido Comunista con el Frente Amplio, la tensión permanente entre el PC y la DC, junto con una posible salida de la facción falangista “Progresismo con Progreso”, ponen en riesgo la estabilidad de la Nueva Mayoría. Sumando las anteriores elecciones, la Democracia Cristiana optó por una estrategia electoral que no lo dejó con una buena bancada legislativa para ejercer un mayor poder de “chantaje” político (siguiendo las palabras del politólogo Giovanni Sartori). Ni hablar con el aumento significativo que tuvo el Frente Amplio tras obtener 21 escaños legislativos (20 diputados y 1 senador). Por ende, el constante fantasma de la inestabilidad de una coalición opositora sería un gran favor al gobierno de Sebastián Piñera.

Cada uno de los tres caminos tiene una serie de consecuencias que podría profundizar una crisis dentro del partido, ya sea con divisiones oficiales o de identidad programática, y un efecto en el propio sistema de partidos. Cada decisión de estos caminos corresponde a un trade-off, donde deberán poner en una “balanza política” sus ventajas y desventajas.

¿Algunos consejos? Solamente dos. Primero, seguir su instinto político, medida por dicha balanza. Además, los politólogos tenemos una capacidad más limitada de predecir fenómenos políticos, pero podemos hacer inferencias a través de hechos políticos observables. Por eso, los democratacristianos pueden tomar esta columna como un mapa (y no como un talismán) para sortear las olas y marejadas de su deriva. Segundo, enfocarse en su proyecto programático más en su posición política. Es mucho más urgente unir sus facciones con lineamientos programáticos claros y no priorizar la discusión en su posición en el espectro político cuando el gobierno de Sebastián Piñera todavía no ha comenzado. En definitiva, desde este 27 de enero, podremos empezar a observar si la deriva del centro político llega a buen puerto (o se mantiene perdido en el profundo océano político).

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