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“La élite tiene un abismo de empatía y no capta la importancia de las demandas sociales”


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Ya van 56 días desde que la crisis irrumpió en el país y, a pesar de que el apoyo a las movilizaciones ha bajado, aún abarca a más de la mitad de la población. El 59% de los chilenos -según la encuesta Cadem- continúa mostrándose favorable hacia las convocatorias, pero determinados sectores de la elite económica y política del país han llamado a parar de manifestarse. “Hay experiencias, sensaciones, malestares que no se logran resolver del todo y la élite tiene en Chile un cierto abismo de empatía, de distancia de la realidad y no necesariamente capta la importancia de las demandas sociales y la profundidad que tienen en la gente”, explica Jorge Atria, sociólogo, académico de la Universidad Diego Portales e investigador del Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES).

Lo que más le preocupa a la gente respecto a la movilización, según la última Cadem, es que decaiga  y “nada cambie realmente”. Estabilidad, economía y empleo se encuentran mucho más abajo en la lista. ¿Por qué se priorizan las manifestaciones en vez de esos otros elementos?
Es bastante lógico. Si uno hace una revisión de cómo se encuentra la política en Chile y la evolución en los últimos 20 años,  hay una absoluta desconfianza en la política. Esto tiene que ver con las evaluaciones, como las encuestas, pero también con una experiencia de vida diaria de la gente, que dice que el sistema económico y político no les sirve. Sirve a una minoría, no a una mayoría. Las manifestaciones continúan porque la gente siente que no se ha hecho algo importante. Existe una dificultad de lograr cambios, eso lo sabemos desde siempre. Hay una desigualdad de poder y voz política, la gente lo experimenta, también saben que hay diferencias de justicia, que hay clases de ética para los empresarios… Hay experiencias, sensaciones, malestares que no se logran resolver del todo y la élite tiene en Chile un cierto abismo de empatía, de distancia de la realidad y no necesariamente capta la importancia de las demandas sociales y la profundidad que tienen en la gente, lo mucho que lo resienten, cómo esto afecta en su calidad de vida cotidiana.

¿Y por qué existe esta desconexión?
Tiene que ver con la desigualdad que ha segmentado nuestra sociedad. Vivimos entre iguales: los ricos con los ricos, los que tienen menos con los que tienen menos. Esa segmentación de espacio lleva a que tengamos muy poco conocimiento de cómo viven los otros. La mayoría de la gente no ve ni siente el diagnóstico de que el sistema macroeconómico ha funcionado bien. Es muy fácil para la élite económica protegerse en esas cifras sin tener consciencia de la dura realidad que vive la población. También, algunos grupos de la élite tienden a naturalizar ciertos privilegios que aparecen como logros propios, cuando en realidad tienen que ver en buena medida con factores adscritos. Esto hace que atribuyan su posición únicamente a sus méritos, y la de los que tienen menos a sus desaciertos, sin considerar los problemas estructurales que ellos enfrentan. Y por último hay una autopercepción de clase media muy expandida que alcanza incluso a grupos de muy altos ingresos. Eso lleva a creer que la vida de uno no es tan distinta de la del resto, soslayando que el nivel de consumo y las oportunidades de los grupos de altos ingresos son inalcanzables para la mayoría de la población.

¿Le cuesta a la élite entender que hay un 59% de apoyo a las movilizaciones?
Este abismo de empatía puede llevar a algunos grupos a pensar que los cambios que se han anunciado ya son suficientes y deberían dejar satisfechos a muchos. Para la mayoría de la gente, esos cambios todavía no son completamente visibles ni parecen modificar aspectos centrales de su calidad de vida. Incluso algunos parlamentarios de centroderecha han llamado a que la gente se mantenga manifestándose. Cuando uno ve eso, quiere decir que hay fracciones de la élite económica y política que comparten la percepción de que hay ciertos sectores que no legislarán si no existe una movilización ciudadana activa. Lo que está pasando es interpretado como una necesidad de continuar mostrando las grandes demandas sociales para convencer a más fracciones de esa élite a estar disponibles para cambios más profundos.

¿El abismo de empatía es parte de las razones de la crisis?
Claro. Gracias a varios estudios sabemos que la desigualdad que resienten más los chilenos es la de trato. Incluso más que las desigualdades económicas, la gente resiente el trato, y trato tiene que ver con abusos, discriminación, falta de respeto y de reconocimiento. Según el PNUD, 41% de los chilenos señalan haber tenido experiencias de malos tratos. Esto lo seguimos viendo. El “roteo” que hemos visto en un mall recientemente o la discusión del verano sobre la expulsión de turistas de un lago en el sur tienen que ver con esta distinción de clase, que marca diferencias entre quienes están en una y otra posición.

¿Cómo se supera este abismo?
Como han planteado incluso algunos políticos de la coalición gobernante, aquí se necesita una política con más calle y sentido de la realidad, algún tipo de sintonía con lo que vive la mayoría de los chilenos. Pero en el mediano y largo plazo, hay que buscar cómo se soluciona esto, avanzando en el enfrentamiento de las segregaciones, que significa buscar nuevas medidas para propiciar el encuentro entre los chilenos. Interacciones sociales de mayor diversidad, con mayor conocimiento de quiénes son los otros ciudadanos que no veo a menudo. Esto significa desafiar la política habitacional, educacional, de reclutamiento laboral, repensar áreas importantes de nuestros bienes comunes para propiciar espacios de encuentro. Si es que yo no conozco al resto, no veo quiénes son y cómo viven, es muy difícil que pueda tener los pies en la tierra o que pueda hablar de economía y salud, porque no estoy viendo la situación de la mayoría.

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