El Centro de Estudios Públicos (CEP) organiza el Seminario “Populismo en el Siglo XXI. Lecciones para Chile”, donde presentará el académico de la Escuela de Ciencia Política UDP, Cristóbal Rovira.
¿Qué es populismo? ¿Cuáles son sus características en el Siglo XXI? ¿Por qué es una amenaza para las democracias liberales? ¿Está Chile bajo amenaza? Estas son algunas de las preguntas que abordaremos en este seminario bajo la mirada de tres expertos.
EXPONEN
Cristóbal Rovira, profesor titular de la Universidad Diego Portales e investigador asociado de COES. Claudia Heiss, académica del Instituto de Asuntos Públicos de la Universidad de Chile, jefa de la carrera de Ciencia Política e investigadora adjunta COES. Miguel Saralegui, Ikerbasque Fellow en la Universidad del País Vasco.
MODERA
Sylvia Eyzaguirre, investigadora del Centro de Estudios Públicos.
La actividad realizará el día jueves 8 de agosto de 2019, a las 18:30 horas, en el auditorio del CEP, ubicado en Monseñor Sótero Sanz 162, Providencia. Entrada liberada.
La Escuela de Ciencia Política UDP, junto con el Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social y el proyecto Fondecyt Nº 1180020, llevarán a cabo el lanzamiento del libro “Populismo, Una breve introducción”, de Cristóbal Rovira, académico de la Escuela de Ciencia Política UDP, y Cass Mudde.
La palabra “populismo” se ha puesto de moda. Académicos,comentaristas y periodistas la utilizan para analizar un sinfín de fuerzaspolíticas, por lo que a veces da la impresión de que el pop ulismo fuese hoy endía inherente a todo fenómeno político. Lo cierto es que esto no es verdad ypor lo mismo resulta importante ofrecer claridad conceptual sobre estefenómeno. Este es justamente el objetivo central del libro “Populismo: unabreve introdiucción”, escrito por Cas Mudde y Cristóbal Rovira Kaltwasser,quienes no sólo ofrecen una definición del populismo sino que también analizansus más significativas manifestaciones en Europa y en América Latina. La presente edición del libro ha sido adaptada expresamente para el ámbitohispanohablante y cuenta asimismo con un prefacio a propósito.
Para el lanzamiento de este libro en Chile se contará con la presencia de tres connotadas figuras del debate público: Daniel Mansuy de la Universidad de los Andes, Carlos Peña de la Universidad Diego Portales y Mónica Rincón de CNNChile. Cada una de estas figuras reflexionará en torno a las enseñanzas que nos deja este del libro y también plantearán las preguntas que quedan por responder sobre este fenómeno.
La actividad se llevará a cabo el jueves 4 de abril a las 13:00 horas, en la sala B-51 de la Biblioteca Nicanor Parra, ubicada en Vergara 324, Santiago.
Es difícil recoger la variedad de aspectos del fenómeno populista, aunque Cas Muddle y Cristóbal Rovira lo intentan en su pequeño libro de la Oxford University Press. Como síntesis de síntesis destacan que divide la sociedad en dos campos antagónicos: la buena y pura gente, contra una élite -social, política, económica, nacional o foránea- corrupta y dominadora. Dentro del movimiento populista, obviamente, no hay ni mala gente, ni corrupción, ni una élite manipuladora.
En la Unión Europea preocupan los nacionalismos que arraigan y gobiernan en Polonia, Hungría, Austria, y que en nombre de la identidad nacional cuestionan decisiones que se toman por los países e instituciones de la Unión. Estos países disfrutan las ventajas de pertenecer a la Unión Europea, pero sus dirigentes recurren persistentemente a agravios y a la resurgencia nacional, en un discurso donde se tacha de enemigo a todo el que lleve la contraria, sean los jueces o los medios de comunicación. Por primera vez en su historia la UE se plantea invocar el Artículo 7 del tratado, ante lo que se consideran serias rupturas de los valores comunes y la norma de la ley. La idea de que alguien viene de fuera y se lleva algo tuyo es fácil de inculcar tras la pérdida de peso de las clases medias, y un sentimiento general de inseguridad en el futuro. El aumento de las desigualdades en la renta y la riqueza se añade a lo anterior. Y, por último, en Europa la gente puede ser socialmente compasiva con los inmigrantes y refugiados, pero no cuando llegan sin un proyecto claro y concreto de integración laboral.
Ninguna de estas características define el nuevo nacionalismo populista catalán, excepto el nativismo y la queja perpetua -económica, social, cultural- como estrategia política para ganar votos, junto con la propagación de ideas nacional socialistas populistas. Hay un ejemplo de esto último en cómo se machaca en torno a la ley autónoma de pobreza energética, suspendida por el Tribunal Constitucional, al considerar que ante el impago de los recibos no puede hacerse recaer la responsabilidad del corte solo en la compañía que suministra, sino que debe haber una acción pública para mediar en el pago. Esto viene de un fallo de coordinación en las administraciones catalanas, que no actuaron a tiempo ante el aviso de corte a una anciana -que vivía en pobreza extrema, no solo energética-, y murió al arder la casa por una vela. Posteriormente, junto a una fuerte multa a la compañía, se encargó un algoritmo que identifica los riesgos probables de impago en familias pobres, y permite actuar a las administraciones con tiempo.
El populismo rechaza las instituciones, las constituciones, los acuerdos, las leyes -de la élite corrupta y dominadora- y habla de poner el poder en manos del pueblo -la buena, pura gente- con referéndums cuyas consecuencias no se explican, y que da el poder a una nueva élite en la que es fácil ver, como no puede ser de otra manera, rasgos autoritarios. Por eso, los que, pese a todo, creemos en el proyecto europeo, junto a seguir con la crítica por la complacencia de los gobiernos actuales, tenemos que construir una nueva alternativa a estos populismos nacionalistas.
Cristóbal Rovira, académico de la Escuela de Ciencia Política UDP
Nuevas publicaciones se plantean el abordaje de un término muy usado y particularmente huidizo. Dos coautores chilenos de estos libros ofrecen su mirada al respecto.
En octubre de 2006, el politólogo estadounidense Kurt Weyland escribió un texto para La Tercera donde constataba que “el populismo se ha vuelto una mala palabra en América Latina”. Y al igual que muchas malas palabras, proseguía el académico estadounidense, se usa demasiado a menudo: “A cualquiera que promueva políticas económicas ‘irresponsables’ o use una retórica agresiva, se le aplica el término.
Esta exageración obstaculiza cualquier debate productivo, por lo cual es imperioso clarificar el significado de este discutido concepto”. Diez años más tarde, la necesidad de usar el término y de entenderlo para poder usarlo apropiadamente- se ha hecho más acuciarte, por buenas razones y también por las otras. Puede que siga siendo una “mala palabra” en el espacio mediático yen las refriegas eleccionarias, pero a quienes se les cuelga ese cartel suelen ver en tal gesto las pruebas de la desesperación de las élites -del establishment- ante el avance de la ciudadanía de a pie.
De un pueblo que no se agota en las “clases populares” (basta recordar la reciente campaña de Marine Le Pen). E incluso hay quienes desde la academia reivindican este término “denigrado”: así lo adjetivaba el desaparecido teórico argentino -y kirchnerista- Ernesto Laclau, para quien “el rasgo distintivo del populismo sería sólo el énfasis especial en una lógica política que, como tal, es un ingrediente necesario” de la política a secas. Tras el triunfo de Trump y del Brexit, tras la campaña electoral francesa y en medio de los avatares del chavismo, ¿es posible hablar de un “momento populista”? Asumiendo lo jabonoso del término, Cristóbal Rovira declara que no es descaminado responder afirmativamente. Eso sí, añade el profesor de la Escuela de Ciencia Política de la UDP, teniendo en cuenta que el fenómeno no ha irrumpido con la misma fuerza en todas partes y que “muchas veces se etiquetan erróneamente partidos y líderes como populistas”.
Las actuales mutaciones del populismo, detalla, “logran canalizar el descontento de determinados segmentos de la ciudadanía mediante la politización de temas que han sido dejados de lado por las élites establecidas (la inmigración en Europa, la desigualdad en América Latina)”, al tiempo que se distinguen por “tener suficiente fuerza no sólo para ganar elecciones (Bolivia, EEUU, Hungría, etc.), sino también para modificar la agenda política (España, Francia, Suecia, etc.)”. Rovira es coautor, junto al holandés Cas Mudde, de Populism.
A very short introduction, libro publicado este año dentro de una serie divulgativa de Oxford University Press. No es el único lanzamiento relativo al tema: si en 2016 Jan-Werner Müller lanzaba What is populism? -en el que calificaba el fenómeno como “la sombra permanente de la política representativa”-, hace sólo unos meses el francés Eric Fassin hizo lo propio con Populisme: Le grand ressentiment, mientras otro chileno, el historiador Pablo Rubio, lanzaba con su colega español Pedro Martínez América Latina actual. Del populismo al giro de izquierdas. Tamaña convergencia no ha de ser casualidad.
Palabra de moda
“Populismo es una de las palabras políticas de moda en el siglo XXI”, apuntan Rovira y Mudde. “El término es usado para describir presidentes de izquierda en Latinoamérica, aspirantes de de- recha en Europa, y candidatos presidenciales de izquierda y derecha en EEUU”. Sin embargo, al tiempo que atrae por igual a periodistas y lectores, “su uso extendido crea confusión y frustración” (esto, sin mencionar que ni ayer ni hoy ha habido muchos que hagan suyos el concepto: no lo hizo ni el mismísimo Juan Domingo Perón). No queda, entonces, sino hacerse cargo.
En primer lugar, de las aproximaciones ya existentes: la del mencionado Laclau, por ejemplo, que considera el populismo “una fuerza positiva para la movilización de la gente (común) y para el desarrollo de un modelo comunitario de democracia”; la llamada aproximación socioeconómica (que lo ve como un tipo de política económica irresponsable); la que lo ve “como una estrategia política usada por un tipo específico de lí- der que busca gobernar basándose directamente en el apoyo de sus seguidores”, y esa que lo considera un estilo político “folclórico” que ciertos líderes usan para movilizar a las masas.
Los autores, por su lado, lo definen provistos del llamado enfoque “ideacional” : como una ideología laxa (“thin-centered”) que considera en último término la sociedad separada en dos campos homogéneos y antagónicos -“el pueblo puro” versus “la elite corrupta”- y para la cual la política debería ser una expresión de la voluntad general. ¿Es soluble el populismo en la democracia (liberal)? La respuesta no es absoluta. Hay, así, aspectos positivos (le da voz a grupos que no se sienten representados, puede integrar a sectores excluidos, puede mejorar la capacidad de respuesta del sistema político) y otros negativos (puede usar la regla de la mayoría para ignorar los derechos de las minorías, así como la praxis de la soberanía popular para erosionar las instituciones).
De larga duración
Tres son las áreas del planeta donde se concentra de preferencia un fenómeno con al menos 150 años, constata el libro: Europa, EEUU y América Latina. Este último es el que aborda la mencionada obra de Martínez y Rubio, para la cual “el giro a la izquierda y el retorno de determinados liderazgos populistas han experimentado un fuerte retroceso, lo cual obliga a plantear un punto de reflexión sobre las fortalezas y los límites de esos gobiernos, así como respecto de sus capacidades para entender y asumir los actuales retos y las demandas sociales surgidas”.
Los también coautores de América Latina y tiempo presente llevan adelante un examen de discontinuidades y rupturas que se obliga a redefinir y caracterizar. El populismo se ha manifestado en diferentes contextos históricos en la América Latina de los siglos XX y XXI, plantea Rubio a La Tercera. “Si entre los años 30 y 50 se caracterizó por un paradigma económico de industrialización vía acción estatal, de migración campo ciudad y de incorporación de amplias masas sociales a la vida política y económica, en el siglo XXI el contexto es muy diferente”.
Añade el historiador que en la región “el populismo – hay casos particulares que escapan a la regla, como Chile- ha movilizado políticamente mucho más que otros discursos, como el marxismo o las vertientes más conservadoras”, lo cual se explica parcialmente por una cultura política caracterizada por el autoritarismo, el militarismo, la violencia política y la escasa presencia de mecanismos institucionales formales a todo nivel, incluida la democracia liberal. Por ello ocurre que “el populismo parece ser un tipo de liderazgo que no surge en momentos excepcionales, sino que es parte inherente de la historia política latinoamericana en su larga duración”.
El populismo tiene viejos trucos. Este es el que mejor funciona, en realidad es su esencia (según el libro que Rovira, junto a su colega holandés Cas Mudde, escribió para la editorial de Oxford): dividir el mundo entre el pueblo engañado y la élite corrupta.
Basta que un líder carismático establezca convincentemente esa polarización y, ¡zas!, tendrá un capital político explosivo. Se reclamará la voz del ‘sentido común’, de la ‘voluntad general’, de la ‘mayoría silenciosa’, de los excluidos, de la nación originaria, de cualquier otra categoría de pureza popular; y se opondrá a los avances institucionales que protegen a minorías, que toleran a migrantes, que crean instituciones autónomas y respetan a la tecnocracia internacional de la ONU o la Unión Europea. O sea, el populismo “is at odds [se lleva de perros] with liberal democracy”, concluyen Rovira y Mudde.
¡Cuán cierto es esto en un Donald Trump o en una Marine Le Pen! Pero también, me ataja inmediatamente, Cristóbal (que lo tengo en persona, pues vino invitado al congreso del Latin American Studies Association en la PUCP), de líderes o partidos de izquierda: el Podemos del español Pablo Iglesias, el Syriza del griego Tsipras y de varios latinos que veremos más adelante.
A Cristóbal le apasiona su tema. Por eso me advierte que ha entrado a él despojándose de los prejuicios académicos que suelen despertar los campechanos populistas: “Si pensara ‘estos son unos idiotas’, no voy a comprender nada. Y a mí me gusta estudiarlos, aunque a ellos no les gusta que los estudien”.
El encandilamiento de Cristóbal me lo demuestra cuando le pregunto: ¿cómo así un magnate multimillonario como Berlusconi o Trump puede ser un populista que enganche con la mayoría? “Esas cosas son las que me hacen enamorarme del tema. Es la genialidad de esos liderazgos que espantan a la élite porque son campechanos, porque enganchan con lo popular y hacen gala de ello. Donald Trump dice, ‘todos pueden ser como yo’ ”. ¿Si fuera parte de la élite tradicional no funcionaría? “O hubiera tenido que dar una gran vuelta para llegar. Al revés, mira a Hugo Chávez. Viene de abajo pero está años en el poder, genera la ‘boliburguesía’ , que es lo más corrupto que existe, pero sigue diciendo que la élite corrupta es otra”. ¡Un genio!, me provoca decir con ironía. En lugar de eso, pregunto, ¿o sea, el populista tiene la capacidad de generar relatos convincentes? “Sí, mira cómo Trump le pega a los medios y los acusa de ser parte de la élite corrupta. Y el pueblo ama las teorías de la conspiración; por eso se les dice que los tecnócratas de los organismos internacionales conspiran contra la nación”. Es el caso de Marine Le Pen en Francia, ¿no? “Sí, ataca a la UE [Unión Europea] y se remite a un momento original ficticio, ‘la grand nation’. Trump dice ‘make America great again’”.
Pero mucho antes que ellos estuvo en Argentina Domingo Perón, y si bien muchos fascismos, comunismos y regímenes variopintos tenían elementos populistas, lo que Perón bautizó como ‘justicialismo’ en la mitad del siglo pasado tenía mucho carisma (complementado por su esposa Evita) y hablaba de un pueblo sin categorías sociales: ‘descamisados’ y ‘cabecitas negras’ en lugar del ‘proletariado’ de las izquierdas de aquel entonces. En lugar de revolución, justicia. Y tal fue la primera ola del populismo en la región.
—Para populistas, nosotros—
La segunda ola americana Rovira y Mudde la fechan en 1990, con el triunfo del ‘outsider’ Alberto Fujimori en el Perú. Y lo toman de paradigma de lo bueno y lo terrible del populismo. En primer lugar, se cumple el requisito de que los populismos surgen tras crisis económicas, amenazas, escándalos de corrupción (¡ojo a lo que se nos viene!) o el simple deterioro de regímenes democráticos que excluyen o no responden a demandas fundamentales de la población.
La primera y la última condición se dieron en el caso del ‘Chino’. El populismo, según la teoría de estos autores, suele cumplir en un primer momento un rol democratizador, pues incluye nuevos sectores y responde a demandas que el sistema tradicional de partidos no cubre. En el caso del fujimorismo, por ejemplo, apareció un nuevo actor (las iglesias evangélicas) y hubo cierta empatía con el sector informal y subempleado que no era o no se sentía representado.
Sin embargo, estos populismos suelen usar el gran respaldo que acarrean para, luego, estrechar el juego democrático. En el caso de Fujimori, empezó a fustigar la autonomía de otros poderes y el 5 de abril de 1992 quebró el sistema democrático.
Alberto Fujimori no estuvo solo en esta segunda ola. Rovira y Mudde, en el libro, lo asocian a Menem en Argentina y Collor de Mello en Brasil. Cuando pregunto a Cristóbal por Keiko, responde: “Su padre no construyó partido, a diferencia de los [populistas] europeos. Fundó y desechó varios. Ella trata de reconstruir esta identidad de manera difícil, tensionada por la herencia paterna. Aun así, para el estándar peruano, [Fuerza Popular] es de los partidos que mejor funciona”.
La tercera ola populista latina la inaugura Hugo Chávez. En su caso y en el de Evo Morales en Bolivia y Correa en Ecuador, sus populismos se han alojado en variantes del socialismo. Pero la ideología no es lo esencial para Rovira y Mudde, es prestada. Chávez, perpetuado en Maduro, ha proyectado un machismo de tinte más autoritario afín a su origen militar; mientras que Evo se ha consolidado como líder étnico, dándole a su populismo un halo reivindicador de razas excluidas.
Todos ellos, incluyendo Alberto Fujimori luego del golpe, han buscado legitimarse con mecanismos de democracia directa, como plebiscitos y convocatoria a asambleas constituyentes; conscientes de que su caudal electoral puede ser mantenido con esos llamados a votar sí o no a la reelección, o a refundar la base legal del país, como si ello nos regresara una pureza original. He ahí el encanto y el cuento de una ideología moral que, subraya nuevamente Rovira, tiene la virtud de responder a demandas populares que la democracia liberal descuida en su obsesión por la tecnocracia y la corrección política; pero luego tiende a cerrar el puño ante todos.
Cristóbal Rovira, académico de la Escuela de Ciencia Política UDP.
La Escuela de Ciencia Política, junto al Núcleo Milenio Desafíos a la Representación, Iniciativa Científica Milenio, y el proyecto Fondecyt Nº1140101, organizaron el lanzamiento del libro “Populismo: Una breve introducción”, de los autores Cas Mudde y Cristóbal Rovira.
¿De qué trata el libro?
Este libro lo escribí en conjunto con Cas Mudde, es una serie de Oxford que ofrece breves introducciones a distintos temas. En el caso nuestro, el libro es sobre populismo, que es un concepto sumamente usado en la opinión pública y también en el debate académico, pero que simultáneamente genera mucha confusión. El principal objetivo del libro, como una buena breve introducción, es tratar de ofrecer un concepto de populismo que nos permita comprender qué es y al mismo tiempo, ofrecer un análisis del fenómeno populista en distintas partes del mundo.
¿Dónde nace el interés por este tema?
Yo venía investigando análisis comparado de populismo, tanto de manera individual como en conjunto con Cas Mudde y otros colegas. Debido a esta acumulación de saber respecto a cómo funciona el populismo, cuál es el impacto que tiene sobre el régimen democrático en distintas partes del mundo, se nos ocurrió la idea de tratar de tener un texto que ofrezca una suerte de resumen de varios de los hallazgos que hemos ido encontrando y también que entregue una mirada panorámica respecto de qué es lo que sabemos del populismo en general, en estos distintos lugares del mundo.
¿Cuáles son los objetivos del libro?
¿Cómo se estructura el libro?
El libro tiene seis capítulos. Parte con, obviamente, un primer capítulo que es el más introductorio donde está toda la temática respecto a cómo definir el populismo. Después hay un segundo capítulo que ofrece una mirada panorámica del populismo alrededor del mundo en todo el siglo XX. Hay un tercer capítulo que habla sobre populismo y movilización, es decir, nosotros definimos el populismo como una ideología y lo que nos damos cuenta es que hay distintos actores políticos que pueden usar esta ideología política para movilizar a partes del electorado. Después hay un cuarto capítulo que habla sobre el líder populista. Aquí tratamos de clarificar varios de los mitos que existen.
¿Qué reflexiones se pueden obtener?
Una de las reflexiones centrales que nosotros queremos plantear siempre, es que la relación del populismo con la democracia es más compleja de lo que pensamos, en el sentido que hay autores que plantean que el populismo siempre tiene un impacto negativo y hay autores que plantean que el populismo siempre termina siendo una fuerza democratizadora. Nosotros lo que decimos es que esta relación es más compleja, que siempre es una relación ambivalente, y que hay que analizar caso a caso, de manera más empírica para comprender si el impacto del populismo sobre el régimen democrático es positivo o negativo. Una de las conclusiones que planteamos, es que desarrollamos un marco teórico que nos permite comprender de mejor manera dónde radica esa ambivalencia y bajo qué contextos puede terminar siendo una fuerza democratizadora o no.
¿Qué aportes entrega el libro?
Yo creo que hay dos grandes aportes, que es lo que esperamos lograr con el libro. En primer lugar, que este es un libro académico pero simultáneamente se sale de la academia, por el formato de breve introducción. Por lo tanto, el primer aporte que quisiéramos hacer, es que gente que no necesariamente es experta en el tema o son cientistas políticos, puedan leer este libro y les ofrezca una interpretación respecto al fenómeno y cómo se puede estudiar. Estamos pensando en periodistas, colegas que vengan de otras disciplinas, inclusive un ciudadano ilustrado que siempre se ha preguntado qué es el populismo. Creemos que aquí hay una fórmula medianamente simple de comprenderlo, pero que simultáneamente ofrece una mirada académica. En segundo lugar, también creemos que es un aporte más de nicho por así decirlo, para la gente que estudia el populismo, y eso radica fundamentalmente en comprender la relación entre populismo y democracia, porque ofrecemos un marco analítico que a nuestro juicio es bastante novedoso, en el sentido de que nosotros no solo entendemos la democracia como un régimen, si no que la democracia como un proceso.
Cristóbal Rovira, académico de la Escuela de Ciencia Política UDP
El lanzamiento será el miércoles 5 de abril, en la Universidad Diego Portales, y los comentaristas serán: Alfredo Joignant (Universidad Diego Portales), Daniel Mansuy (Universidad de Los Andes) y Mónica Rincón (CNN Chile).
The Oxford University Press acaba de publicar el libro del chileno Cristóbal Rovira (profesor de Ciencia Política UDP) y Cas
Mudde (University of Georgia). Se llama Populism: A very short introduction (Populismo: una corta introducción) y busca responder interrogantes como qué es el populismo, cuál es la relación entre populismo y democracia, cuáles son sus causas y cómo y dónde se manifiesta.
“Se trata de una especie de introducción al concepto de populismo hecha para una audiencia amplia”, dice Cristóbal Rovira, coautor.
El profesor honorario UDP, Michel Wieviorka, por segundo año consecutivo dictará curso organizado por la Escuela de Sociología y la Cátedra Globalización y Democracia UDP, “Las ciencias sociales frente a los nuevos desafíos: crisis democrática, migraciones, terrorismo” y Conferencia: “Tiempos de post verdad y desafío populista”.
Michel Wieviorka es director de la Fondation Maison des Sciences de l’Homme (FMSH) de París, Francia, donde también se desempeña como director del Collège d’études mondiales. Desde el año 2016 Michel Wieviorka es profesor emérito UDP.
El curso “Las ciencias sociales frente a los nuevos desafíos: crisis democrática, migraciones, terrorismo”, coordinado por Maite de Cea (directora del ICSO y académica de la Escuela de Sociología) y Ernesto Ottone (director de la Cátedra Globalización y Democracia), está dirigido a los estudiantes de la Escuela de Sociología UDP,se realizará los días lunes 3, martes 4 y miércoles 5 de abril, de 11:30 a 13:00 hrs, en la sala B-51 de la Biblioteca Nicanor Parra, ubicada en Vergara 324, Santiago.
Al finalizar el taller los estudiantes que hayan participado de los tres cursos recibirán un diploma de participación.
La Cátedra Globalización y Democracia, se llevará a cabo el jueves 06 de abril, a las 11.30 hrs, en el auditorio de la Biblioteca Nicanor Parra. La actividad es una conferencia abierta a todo público.
Para más información, visitar: globalizacionydemocracia.udp.cl
Cristóbal Rovira, académico de la Escuela de Ciencia Política UDP
Although populism is making headlines across the globe, there is a lot of confusion about what this concept really means and how we can study this phenomenon. Part of the problem lies in the usage of the term as a battle cry. Both academics and pundits often employ the term populism to denote all the political actors and behaviors they dislike. While there are good reasons to worry about authoritarianism, economic mismanagement, opportunism, and racism, we should not treat them all as equivalents of populism. Augusto Pinochet was an autocrat, G. W. Bush mismanaged the economy, the Italian Christian Democratic Party was highly opportunistic, and South Africa’s National Party was racist, but none is an example of populism.
So what is populism? We have developed a comparative research agenda on populism whose starting point lies in the construction of a definition that can be used to analyze the phenomenon across time and place. As we have explained elsewhere in more detail, populism is best defined as “a thin-centered ideology that considers society to be ultimately separated into two homogeneous and antagonistic camps, “the pure people” versus “the corrupt elite,” and which argues that politics should be an expression of the volonté générale (general will) of the people.” In this view, the establishment is a perverse entity that governs solely for its own benefit, while the people is a homogenous community with a unified will. Take, for instance, the following statement by Donald Trump, in his speech in Florida on 16 October:
Our movement is about replacing a failed and corrupt establishment with a new government controlled by you, the American People. There is nothing the political establishment will not do, and no lie they will not tell, to hold on their prestige and power at your expense. […] This is not simply another 4-year election. This is a crossroads in the history of our civilization that will determine whether or not We The People reclaim control over our government.
As with any other ideology, populism is espoused not only by specific leaders, but also by certain constituencies. This means that one needs to take into account both the supply-side and the demand-side of populist politics. Regarding the former, different political actors across the globe combine populism with some other ideological agenda (which we call the ‘host ideology’). Generally speaking, we can distinguish between two broader types of populism: right-wing populism usually combines populism with some form of nationalism, while left-wing populism tends to combine it with some form of socialism.
While all forms of populism combine both exclusionary and inclusionary aspects, right-wing populism tends to be more exclusionary, while left-wing populism is usually more inclusionary. Today, exclusionary right-wing populism is characterized by the promotion of a populist rhetoric with a strong emphasis on xenophobia, traditional moral values, as well as law and order issues. Paradigmatic examples of this type of populism are political parties such as the National Front in France or social movements like the Tea Party in the United States. On the other hand, inclusionary left-wing populism uses the populist set of ideas to politicize existing inequalities and defend a radical model of democracy, which is aimed at empowering popular sectors. Chavismo in Venezuela and Podemos in Spain are exemplary cases of this type of populism.
Those who articulate a populist discourse do not operate in vacuum, but rather in countries with different grievances and historical legacies. This means that one should also consider the demand-side of populist politics. Although the populist attitudes are widespread among voters, it is only under certain circumstances that populist sentiments are activated at the mass level. One of the main triggers for the increasing demand for populism lies in the general feeling that the political system is unresponsive. If certain constituencies share the idea that existing political parties do not take their claims into account, we should not be surprised that these constituencies interpret political reality through the lenses of populism. In the words of one of protesters of the anti-austerity populist movement in Greece, “we are here because we know that the solutions to our problems can only come from us. […] We will not leave the squares, until all those who led us here are gone: Governments, the Troika, Banks, Memoranda, and all those who take advantage of us.”
Across the globe liberal democracies are challenged by populist forces of different political color. The key question is how to respond to this challenge. Those interested in answering this question should keep in mind that populism can have both positive and negative effects on democracy. While it is true that both populist leaders and followers harbor illiberal tendencies and propose simple solutions to complex problems, they are able to (re)politicize certain issues that are, either intentionally or unintentionally, not (adequately) addressed by mainstream political actors. This means that the establishment needs to reassess not only the ideas and interests it has been advancing, but should also reconsider if the attempt to depoliticize contested issues, such as immigration and economic liberalization through international organizations, is the best way ahead.
Cristóbal Rovira, académico de la Escuela de Ciencia Política UDP
En un nuevo capítulo de Cable a Tierra, el panel conversó sobre la definición de “populismo” y el carácter que define a ciertos liderazgos mundiales como populistas.
Estados Unidos, Alemania y Venezuela fueron parte del análisis a fondo que realizaron el director del doctorado en Ciencias Políticas de la UDP, Cristóbal Rovira, y el profesor del Instituto de Ciencia Política de la UC, Juan Pablo Luna.
Cristóbal Rovira, académico de la Escuela de Ciencia Política UDP
Si bien es cierto que la noción de populismo ha venido ganando terreno en los últimos años, el así llamado Brexit y el reciente triunfo de Donald Trump han llevado a que esta palabra se torne clave para comprender el mundo actual. Pero hay que tener cuidado con su uso. Más allá del relativo consenso en torno a que el populismo es peligroso para la democracia, existe un amplio debate sobre este concepto y últimamente ha venido proliferando el número de ‘expertos’ que ponen escasa atención al saber acumulado en torno a este fenómeno.
De hecho, al interior del mundo académico ha venido cobrando fuerza la definición del populismo como una ideología o discurso político que se caracteriza no solo por plantear que la sociedad está escindida entre una elite corrupta y un pueblo soberano, sino que también por defender que la voluntad popular debe ser respetada a como dé lugar.
Sin embargo, gran parte del problema en torno al debate sobre el populismo tiene menos que ver con cómo definirlo y mucho más con la pregunta respecto a cómo lidiar con este fenómeno. Producto de su lenguaje moral y polarizador, no es raro que las reacciones al populismo sean bastante extremas y lleven incluso a plantear que quienes adhieren a este discurso son seres estúpidos.
Visto así, los seguidores del populismo son ciudadanos intelectualmente inferiores y por lo mismo no estarían capacitados para participar en el proceso democrático. Por ejemplo, en una reciente columna publicada en este diario, el célebre periodista John Carlin plantea que “quizás lo que motive en el fondo a los analfabetos políticos que hoy votan por Trump sea la noción de que, si él puede llegar a la Casa Blanca, cualquiera de ellos podría hacerlo también”. Por cierto que uno puede discrepar de quienes votan por proyectos populistas, pero tratarlos de analfabetos no es una muestra de respeto por quienes opinan de una manera diferente a la nuestra. Este tipo de reacciones equivale a combatir el fuego con fuego y terminan por reforzar el discurso populista. Mal que mal, quienes apoyan al populismo podrán decir – no sin un grado de razón – que sus opositores los desprecian a tal punto que quieren prohibirles sus derechos.
El problema de fondo es que la irrupción del populismo trae consigo un viejo dilema para la democracia: ¿cuánto tolerar a los intolerantes? Debido a su visión romántica y simplista de lo que supuestamente es la voluntad popular, el populismo tiene gérmenes de intolerancia que deben ser contrarrestados porque de lo contrario las minorías y las instituciones de la democracia liberal corren serio riesgo. Quien tenga dudas al respecto lo invito a viajar a Caracas y observar el estado actual del régimen político venezolano.
Al mismo tiempo, cabe recordar que Donald Trump indicó que en caso de perder no estaba seguro si reconocería los resultados de las elecciones. Siguiendo al pie de la letra la argumentación populista, Trump planteó que una potencial derrota se debería a la existencia de una conspiración en su contra por parte del establishment para impedir que el pueblo se exprese y autogobierne.
No obstante, un ataque radical y descalificatorio en contra del populismo puede llevar a que quienes defienden la tolerancia utilicen mecanismos excesivamente represivos en contra de los intolerantes y pongan así en juego el sistema democrático. Por ejemplo, prohibir la existencia de fuerzas populistas probablemente generaría más perjuicios que beneficios para el sistema democrático. Tomar una postura extremadamente militante en contra del populismo es un arma de doble filo.
Tildar a quienes simpatizan con proyectos populistas como masas irracionales sin capacidad de comprender el mundo ‘real’ equivale a tratar de apagar un incendio con gasolina. De hecho, las metáforas médicas que catalogan al populismo como un cáncer que debe ser extirpado no hacen más que reforzar la lógica moral y maniquea que es inherente al lenguaje populista. Para parafrasear a Gandhi, operar bajo la lógica de ojo por ojo implica que todos acaban ciegos.
El éxito electoral de los proyectos populistas se debe tanto a su ataque contra la elite y la promesa de redimir al pueblo, como a su capacidad para politizar temas que son relevantes para ciertos segmentos del electorado. En otras palabras, es un error reducir el triunfo de Trump en Estados Unidos o el apoyo electoral a Podemos en España sólo a su capacidad de construir una retórica populista. El apoyo a proyectos populistas está fuertemente ligado a las ofertas programáticas que elaboran, las cuales proponen agendas específicas que guardan relación con preocupaciones de los votantes que usualmente han sido obviadas o renegadas por los partidos políticos establecidos.
La solución pasa entonces por analizar en detalle los temas que están siendo politizados por el populismo y proponer así soluciones a problemas que muchas veces no son vistos como tales por las elites en el poder. Si bien es cierto que muchos de estos problemas pueden parecer exagerados o insensatos, el desafío para el establishment consiste justamente en abordarlos de una manera razonable. Esto pasa por escuchar menos a las soluciones milagrosas que profesan los tecnócratas en base a su conocimiento del mundo ‘objetivo’ y poner más atención en el mundo ‘subjetivo’ de los votantes. De lo contrario, el populismo seguirá ganando terreno y más relevante se tornará la pregunta respecto a cómo lidiar con el desafío populista.
En el panel se conversó sobre el giro a la derecha en la política internacional, los distintos fenómenos populistas, las próximas elecciones en Francia. y otros temas de actualidad política internacional.
Cristóbal Rovira, académico de la Escuela de Ciencia Política UDP
Toda la élite es “mala” y todo el pueblo es “bueno” en la retórica populista, explica el académico Cristóbal Rovira, quien revisa en La Historia es Nuestra el populismo a través de los años en el país y qué políticos hoy responden mejor a esa definición.
Cristóbal Rovira, académico de la Escuela de Ciencia Política UDP
Quienes plantean que Michelle Bachelet ha desarrollado una retórica populista están equivocados: sus discursos tienen un marcado tono pluralista. Pero nada impide que en la próxima elección actores con vínculos con la clase económica o política terminen elaborando un discurso populista con el objetivo de conectar con el malestar ciudadano.
Populismo. Esta palabra se ha vuelto recurrente en el debate público en Chile. Diversos comentaristas han argumentado que la agenda y las políticas públicas del gobierno actual tienen marcadas tendencias populistas, mientras que otros opinan que el debate constitucional y una potencial reforma mediante una asamblea constituyente pavimentan el camino para el surgimiento del populismo. Asimismo, hay quienes plantean que los escándalos de corrupción que han afectado a la clase política y empresarial representan un caldo de cultivo para la irrupción de liderazgos populistas en las próximas elecciones presidenciales.
Llama la atención la desconexión del debate local con la discusión internacional en torno al fenómeno del populismo. De hecho, el populismo es hoy en día un fenómeno global que en el mundo desarrollado se plasma sobre todo en líderes y partidos de la derecha radical. Desde el Frente Nacional en Francia a Viktor Orbán en Hungría, y Donald Trump en Estados Unidos, los populismos de derecha representan un verdadero desafío a la democracia. A su vez, la así llamada Gran Recesión ha gatillado la irrupción de populismos de izquierda, como Syriza en Grecia y Podemos en España. La creciente relevancia del populismo a nivel global ha motivado una amplia discusión académica, en torno a cómo definir al populismo de manera tal que su definición sea lo suficientemente precisa para reconocer el fenómeno en distintos lugares del mundo y, a su vez, facilite su análisis de manera empírica.
¿A qué conclusión ha llegado este debate? En términos generales, el populismo es definido como una ideología o discurso político que se caracteriza por plantear no sólo que la sociedad está escindida entre una elite corrupta y un pueblo soberano, sino que también que la voluntad popular debe ser respetada a como dé lugar. En consecuencia, el populismo opera con una retórica moral (el pueblo es “bueno” y la elite es “mala”). Esto dificulta la posibilidad de lograr acuerdos y construye una noción de democracia que tiene escaso respeto por entidades autónomas que no son controladas ni elegidas de forma directa por el pueblo (por ejemplo, bancos centrales, instituciones judiciales u organismos internacionales).
Existen dos opuestos conceptuales al populismo: el elitismo y el pluralismo. Al igual que el populismo, el elitismo se sustenta en la distinción entre la elite y el pueblo pero invierte la moralidad de dichos términos: la elite es íntegra y superior, mientras que el pueblo es ignorante y peligroso. Basta pensar en el elitismo inherente al pensamiento tecnocrático, el cual presume que los problemas son muy complejos como para que sean comprendidos y resueltos por la ciudadanía. Por el contrario, el pluralismo no plantea que la sociedad esté escindida entre una elite y un pueblo, sino que define a la sociedad como una suma de individuos y grupos que tienen diversas ideas e intereses, o sea ve la diversidad como una virtud y tiene gran escepticismo frente a la idea de que se pueda hablar de un pueblo con una voluntad popular en singular. Al fin y al cabo, existen variadas voluntades individuales y grupales, de modo que sólo a través del diálogo y la negociación es posible establecer acuerdos que se acerquen al sentir común de una sociedad.
En base a esta concepción del populismo, y sus dos opuestos conceptuales, es posible analizar de manera empírica si los discursos que elaboran líderes políticos pueden ser catalogados como populistas o no. Para hacer esto de manera fidedigna es preciso recurrir a la así llamada metodología de graduación holística (ver nota metodológica). En el marco del núcleo de investigación financiado por la Iniciativa Científica Milenio (ICM), hemos empleado esta metodología para medir el nivel de populismo presente en los discursos de presidentes en Chile y América Latina, así como también en los candidatos presidenciales de la actual campaña en Estados Unidos.
Para todos los presidentes considerados hemos analizado cuatro discursos del mismo tipo. En primer lugar, un discurso durante la campaña presidencial y, por lo tanto, antes de que hayan llegado al poder. En segundo lugar, un discurso de “corte de cinta”, vale decir, cuando inauguran alguna obra frente a una audiencia local. En tercer lugar, un discurso internacional y, en consecuencia, frente a una audiencia que está compuesta mayoritariamente por personas de otros países. Por último, un discurso famoso, el cual alude a una ocasión que marca un hito importante en la política del país (por ejemplo, para el gobierno actual de Michelle Bachelet seleccionamos su discurso en cadena nacional del día 1 de abril del año 2014 en donde anuncia la reforma tributaria).
Tal como se puede observar en el gráfico, es posible encontrar un patrón bastante claro respecto a cuáles presidentes de América Latina pueden ser considerados como populistas. Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador, y Hugo Chávez en Venezuela son los tres casos que marcan altos niveles de discurso populista. No en vano, la literatura académica ha catalogado a estos presidentes como expositores de una izquierda radical, la cual se caracteriza por atacar a las elites establecidas en el poder y en movilizar al pueblo para demandar e implementar significativos cambios institucionales.
El gráfico también revela que los exponentes de la izquierda moderada prácticamente no hacen uso del discurso populista: tanto Dilma Rousseff y Lula da Silva en Brasil, como José Mujica y Tabaré Vázquez en Uruguay hacen escaso uso de la retórica populista en sus discursos. De alguna manera esto es bastante esperable, puesto que dichos gobiernos se han distinguido por hacer reformas graduales y en tratar de buscar acuerdos con diversos sectores sociales. A su vez, Juan Manuel Santos y Álvaro Uribe en Colombia (dos presidentes con una agenda de derecha) no hacen uso alguno del discurso populista.
¿Y qué sucede en Chile? En el caso de nuestro país, hemos evaluado los discursos de los últimos cuatro presidentes y la evidencia es concluyente: prácticamente no hay elementos de populismo en el discurso de ninguno de ellos. Quienes plantean que Michelle Bachelet ha ido desarrollando una retórica populista están equivocados: sus discursos tienen un marcado tono pluralista. Por ejemplo, en la cadena nacional donde ella anuncia la reforma tributaria, se postula que “necesitamos que la discusión esté guiada por el interés común y la visión de país, con una mirada de desarrollo y marcada por las necesidades de nuestra patria”. Se le pueden hacer variadas críticas a este gobierno, pero la evidencia empírica muestra que es incorrecto catalogarlo de populista.
A nuestro juicio, la pregunta más relevante es otra. ¿Se posicionarán candidatos con un discurso populista en las próximas elecciones presidenciales en Chile? Todo indica que ni Sebastián Piñera ni Ricardo Lagos (los más probables candidatos del establishment político criollo) desarrollarán una retórica populista. No es casualidad que diversos actores empresariales y políticos hayan indicado que una competencia entre ambos candidatos le da estabilidad al país. Ahora bien, los escándalos de corrupción del último tiempo marcan un contexto propicio para que otros candidatos hagan uso de la ideología populista para criticar a la clase política y empresarial. Roxana Miranda ya hizo esto en las últimas elecciones presidenciales, pero su estrategia rindió pocos frutos. Nada impide que otros candidatos sin vínculos con el establishment traten de levantar una campaña centrada en el populismo.
También es posible pensar en otra opción: que actores que forman parte del establishment decidan desmarcarse y armar una propuesta electoral populista. Por ejemplo, los senadores Manuel José Ossandón y Alejandro Navarro han dado entrevistas que apuntan en esa dirección. Aunque parezca curioso, nada impide que actores con importantes vínculos con la clase económica y/o política terminen elaborando discursos de este tipo con el objetivo de conectar con el malestar ciudadano y movilizar así a un segmento del electorado con agendas tanto de derecha como de izquierda.
No hay mejor ejemplo de ello que las mediciones que hemos efectuado de la campaña presidencial en Estados Unidos. Como se puede observar en el gráfico, al menos dos candidatos con claros vínculos con el establishment han elaborado una retórica con elementos populistas: por un lado, el multimillonario Donald Trump con una agenda de derecha en contra tanto de los inmigrantes como de la elite establecida en el poder y, por otro lado, el senador Bernie Sanders con una agenda de izquierda en contra del capital financiero y la influencia del dinero en la política.
Así, por ejemplo, Trump señaló lo siguiente en una columna de opinión publicada en The Wall Street Journal en abril de este año: “El único antídoto contra décadas de gobiernos dañinos por un puñado de elites es una infusión de voluntad popular. Sobre cada problema importante que afecta a nuestro país el pueblo está en lo correcto y la elite gobernante está equivocada”. Por su parte, en su discurso en Nuevo Hampshire del día 10 de febrero de este año, Sanders planteó: “Esta noche nosotros notificamos al establishment económico y político de este país que el pueblo americano no seguirá aceptando un sistema corrupto de financiamiento de la política, el cual está socavando la democracia de los Estados Unidos, y no aceptaremos una economía fraudulenta en donde gente sencilla trabaja más horas por salarios más bajos, mientras que prácticamente todos los nuevos ingresos y riqueza se van para el uno por ciento más rico”.
Dado el contexto actual en Chile, no deberíamos sorprendernos frente a la irrupción de candidatos populistas en la próxima campaña presidencial. El malestar frente a la corrupción y la falta de renovación del establishment político le da mayor atractivo al discurso populista. Nada indica entonces que Chile sea inmune al populismo. La historia indica que los liderazgos populistas cobran fuerza cuando la ciudadanía no se siente representada y la confianza institucional está por los suelos. Su potencial éxito electoral no dependerá sólo de ellos, sino que, sobre todo, de cómo reaccionarán las elites establecidas en el poder.
Cristóbal Rovira, académico de la Escuela de Ciencia Política UDP
El populismo se está volviendo global. Mientras en décadas pasadas las fuerzas populistas sólo se asociaban con América Latina, a más tardar desde los años 1990 en adelante los liderazgos populistas han ido ganando terreno tanto en Europa del Este como Occidental. Si bien es cierto que los populismos rara vez acceden al poder ejecutivo en Europa, es importante notar que los partidos populistas se han establecido a nivel parlamentario a lo largo y ancho de esta región. De hecho, prácticamente todos los países del viejo continente cuentan con al menos una fuerza populista de extrema derecha, tal como el ‘Frente Nacional’ en Francia o el ‘Partido Ley y Justicia’ en Polonia. Todos estos partidos rechazan vehementemente la inmigración, los refugiados y el multiculturalismo. A su vez, recientemente han cobrado fuerza nuevos populismos de izquierda en el continente europeo, los cuales exigen poner fin a la austeridad y demandan mayor regulación del mundo financiero, siendo ‘Podemos’ en España y ‘SYRIZA’ en Grecia los más claros expositores de esta corriente. Por su parte, en Latinoamérica populistas de izquierda radical han conquistado el poder ejecutivo, siendo tres los casos más paradigmáticos: Hugo Chávez (y posteriormente Nicolás Maduro) en Venezuela, Rafael Correa en Ecuador y Evo Morales en Bolivia.
¿Pueden analizarse todos estos casos como parte del mismo fenómeno? La respuesta es sí. En el último tiempo han ido creciendo las investigaciones que revelan no sólo diferencias entre los populismos alrededor del mundo, sino también una importante similitud: una misma visión de mundo. En efecto, el populismo puede ser definido como un particular discurso o ideología que tiene dos características centrales: por un lado, la noción moral de que la sociedad está dividida entre ‘una elite corrupta’ y ‘un pueblo íntegro’ y, por otro lado, el planteamiento de que la política debe antes que nada respetar el principio de la soberanía popular.
Visto así, existen dos opuestos al concepto de populismo: elitismo y pluralismo. El elitismo reafirma la existencia de una división moral entre ‘el pueblo’ y ‘la elite’, pero evalúa ambas entidades de forma completamente opuesta al populismo. Pues el elitismo desconfía del pueblo, el cual es visto como irracional y peligroso, mientras que tiene fe absoluta en la superioridad de la elite (basta pensar en la tecnocracia). En cambio, el pluralismo no cree en la división entre ‘el pueblo’ y ‘la elite’, sino que plantea que la sociedad está compuesta por un conjunto de individuos y grupos quienes mantienen una gran diversidad de pareceres. Dicha diversidad representa para el pluralismo una fortaleza, en cuanto favorece el intercambio de opiniones y refuerza la necesidad de lograr acuerdos.
Esta breve aclaración conceptual nos ayuda a comprender por qué el populismo mantiene una difícil relación con la democracia. Si bien es cierto que la defensa de la soberanía popular es intrínseca a la democracia, no podemos olvidar que los regímenes democráticos contemporáneos buscan proteger a las minorías y se basan en instituciones que son autónomas del parecer tanto del gobierno de turno como de la ciudadanía (por ejemplo, los bancos centrales, los tribunales constitucionales y un sinfín de organismos internacionales). En consecuencia, los populismos no necesariamente están en contra de la democracia propiamente tal, sino que más bien se oponen a la existencia de límites al ejercicio de la soberanía popular. No es casualidad que populistas europeos tanto de derecha como de izquierda ven con creciente escepticismo a la Comunidad Europea, ya que ésta seriamente limita la capacidad de los gobiernos para determinar sus políticas económicas y de inmigración.
¿Cómo podemos explicar la irrupción de fuerzas populistas en la esfera electoral? Esta pregunta no es del todo simple, ya que el populismo emerge en países tanto con buenos como malos indicadores económicos (por ejemplo, Suecia y Grecia) y en lugares donde la democracia muestra tanto altos como bajos índices de calidad (por ejemplo, Austria y Ecuador). A continuación elaboramos de forma muy simple una teoría que nos ayuda a comprender por qué países muy diferentes experimentan la irrupción electoral de fuerzas populistas. Como muestra el siguiente diagrama, son cuatro los elementos centrales que plantea nuestra teoría.
En primer lugar, investigaciones empíricas revelan que la gran mayoría de los individuos tienen actitudes populistas que se encuentran en un estado de latencia, vale decir, están dormidas y solo son activadas frente a ciertas situaciones contextuales. En otras palabras, casi todos tenemos un ‘pequeño Hugo Chávez’ al interior nuestro, pero éste se encuentra en un lugar oculto y, por lo tanto, no define nuestras preferencias políticas.
En segundo lugar, situaciones contextuales posibilitan que nuestras actitudes populistas despierten. Por ejemplo, la irrupción de escándalos de corrupción y la creciente convergencia programática entre los partidos políticos facilita que ciudadanos comunes y silvestres utilicemos las categorías dicotómicas y morales inherentes al populismo: ‘una elite corrupta’ versus ‘un pueblo íntegro’. Mientras menos representados nos sentimos por las opciones políticas existentes y más deslegitimadas éstas se encuentran, mayores son las posibilidades que se despierte aquel ‘pequeño Hugo Chávez’ al interior nuestro.
En tercer lugar, los liderazgos juegan un rol clave al momento de politizar el malestar existente y ofrecer una interpretación populista de los acontecimientos en curso. Así, por ejemplo, frente a la crisis económica que ha afectado a varios países de Europa del Sur, partidos como ‘Podemos’ en España, ‘SYRIZA’ en Grecia y el ‘Movimiento 5 Estrellas’ en Italia hablan sobre la existencia de ‘una casta’ que se ha enriquecido de forma deshonesta a costa de ‘un pueblo’ que ha sido defraudado y denigrado.
En cuarto y último lugar, si bien es cierto que líderes y partidos populistas irrumpen gracias a los tres factores señalados, es importante subrayar que su permanencia electoral y eventual capacidad de gobernar depende en gran medida de sus propios aciertos y desaciertos. Es bastante usual que los partidos populistas se apoyan en un líder carismático. Ahora bien, dichos líderes por lo general tienen problemas para construir organizaciones que perduran a lo largo del tiempo, las cuales son fundamentales para formar cuadros políticos y gobernar de forma eficaz. En consecuencia, los populismos muchas veces terminan siendo fenómenos transitorios, aunque sí pueden dejar importante legados económicos y políticos.
La nueva publicación de la Revista Democratization, titulada “Lidiando con populistas en el poder”, fue organizada por el Director del Doctorado en Ciencia Política de la Universidad Diego Portales, Cristóbal Rovira, en conjunto con Paul Taggart, académico de la Universidad de Sussex, Reino Unido.
Este número especial de la revista Democratization analiza cómo lidiar con la llegada al poder de líderes populistas. Para ello, los editores han desarrollado un marco analítico para comprender las herramientas existentes a nivel nacional e internacional para evitar que cuando actores populistas accedan al poder político, éstos terminen por llevar a cabo reformas que afecten negativamente al sistema democrático.
A su vez, un conjunto de connotados académicos han utilizado este marco analítico para examinar los siguientes seis casos de estudios: el gobierno de coalición de la democracia cristiana con el partido con el Partido de la Libertad en Austria (2000-2007), el gobierno de Rafael Correa en Ecuador (desde 2006), el gobierno de Viktor Orbán en Hungría (desde 2010), los gobiernos liderados por Silvio Berlusconi en Italia (entre 1994 y 2011), la formación de una breve coalición gubernamental entre tres partidos políticos de corte populista en Polonia (2006-2007), y finalmente, la irrupción del Chavismo en Venezuela (desde 1998). A su vez, este número especial cierra con un artículo escrito por los editores, en donde ellos resumen los hallazgos principales de los seis casos de estudio y plantean una agenda futura de investigación en torno a cómo lidiar con la llegada al poder de líderes populistas.
Entrevista a Kurt Weyland, politólogo alemán y académico de la U. de Texas. Tema: Autoritarismo y populismo en América Latina, es invitado por la Universidad Diego Portales.
Mauricio Morales, director del Observatorio Político Electoral UDP
Los mismos políticos que apoyaron el voto voluntario, hoy rasgan vestiduras por la restitución del voto obligatorio. Principalmente alojados a la izquierda del espectro ideológico, sostienen que la única manera de frenar la baja participación es obligando a que la gente salga a votar. Para ellos fue sorpresiva la caída de la participación a menos del 50% en la primera vuelta presidencial de 2013, y a poco más del 40% en la segunda vuelta. Como si la solución pasara por una rápida reversión institucional, creen que los problemas del país se resuelven llevando más gente a las urnas. Lástima que no hayan pensado lo mismo cuando se discutió sobre el cambio de régimen durante los gobiernos de Lagos y Bachelet. Ahí apareció la “izquierda progresista” con un discurso adosado a entender el sufragio como un derecho y no como un deber. Mala cosa.
¿Qué pasaría si restituyéramos el voto obligatorio? Ciertamente la participación aumentaría, posicionando a Chile en los primeros lugares del ranking latinoamericano. El problema es que, con toda seguridad, la votación nula y blanca ascendería más allá del 7% que se alcanzó en la elección de diputados 2013, y del casi 13% para la elección de Cores. Adicionalmente, las opciones populistas sí tendrían un fuerte caldo de cultivo en este escenario. Tales candidatos no sólo apelarían a la alta desconfianza institucional y a un discurso anti-elite que claramente identifica un enemigo, sino que además ese candidato- explotando sus atributos personales casi al nivel de salvación total- llamaría al “pueblo” a votar en contra de esa elite corrupta. A esto contribuiría un ambiente de deterioro en las reglas de accountability y a la debilidad de los políticos más tradicionales.
¿Puede surgir un candidato populista fuerte en Chile? Los populismos pueden aparecer tanto en sistemas de partidos debilitados como en sistemas hiper-institucionalizados. Incluso, lo pueden hacer en escenarios de estabilidad económica. Parisi, por ejemplo, capturó votantes jóvenes, con educación superior, pero cesantes. En este segmento, sus apoyos llegaron al 23%. Su discurso sobre las oportunidades y la meritocracia le hizo sentido a una porción no menor de electores. ¿Qué hubiese sucedido con Parisi en un escenario de voto obligatorio, con políticos desprestigiados y altos niveles de desconfianza en las instituciones? No tengo dudas de que su porcentaje de votos habría sido mucho mayor. ¿Es eso bueno para la democracia? No.
En cuanto a financiamiento de campañas, no son pocos los centros de estudio que quieren limitar la obtención de recursos casi exclusivamente a la esfera estatal. El problema es que la presión por gasto es mucho mayor a la estimada. Por ejemplo, a la Alianza -de acuerdo a los datos del Servel- cada diputado le costó 151 millones de pesos, mientras que a la Nueva Mayoría le salió por poco más de 81 millones de pesos. En el Senado, en tanto, a la Nueva Mayoría le costó 385 millones de pesos cada senador, cifra que sube a 861 millones de pesos en la Alianza. Todo esto calculado con los datos oficiales. Si creemos que estos datos están subestimados, entonces el costo por un escaño es sustancialmente mayor. ¿Existen recursos estatales que puedan equiparar estas cifras?, ¿es sensato colocar barreras a los aportes anónimos?, ¿qué sucederá con el nuevo sistema electoral donde competirán más candidatos y con límites de gasto superiores? Por ejemplo, en el distrito que agrupará a las comunas de Maipú, Estación Central, Cerrillos, Pudahuel, Colina, Lampa, Quilicura, Titil, el límite de gasto será -dependiendo del valor de la UF- de aproximadamente 730 millones de pesos.
Si se aprueba el proyecto del gobierno, esa cifra se reduciría cerca de 350 millones de pesos. ¿Cuál es el problema? El límite de gasto es por candidato, no por partido. Entonces, si un partido con muchos recursos presenta cinco candidatos, y esos candidatos llegan al límite de gasto en el distrito, el partido no estará gastando 350 millones, sino que 1.750 (350*5).
Por tanto, hay que ser en extremo cuidadosos con los diseños institucionales. El cambio al binominal fue un gran paso, pero todo se irá al tacho de la basura si restituimos el voto obligatorio en el corto plazo y si no optamos por un buen sistema de financiamiento.
El Magíster de Política y Gobierno UDP realizará la Conferencia “Populismo en Ecuador y Venezuela: ¿Regímenes democráticos o competitivo-autoritarios?”, instancia en la que Carlos de la Torre, Director del Programa de Estudios Internacionales de la Universidad de Kentucky y autor de artículos como Populist Seduction in Latin America, Athens: Ohio University Press y The Ecuador Reader: History, Culture, Politics, discutirá la noción de populismo en ambas naciones, centrado en las personalidades de Hugo Chávez y Rafael Correa.
La actividad está programada para el jueves 03 de julio, a las 13:00 horas, en la Sala B31 de la Biblioteca Nicanor Parra (Vergara 324, Metro Los Héores).