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Uñas pintadas: el lugar político de las homosexualidades en la crisis del Chile post-transicional


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La ciudad que habitamos todos es, un lugar donde lo abyecto puede camuflarse, pasar desapercibido entre la “normalidad” y el “orden” que ocultan todo aquello que incomoda, o es leído como no aceptable, o anormal. A casi 30 años del primer gobierno democrático, la sociedad chilena ha construido una ética pública en torno a los derechos humanos, que en estos días se ha manifestado con fuerza a raíz de los estados de emergencia y toques de queda. Los militares en la calle nos han devuelto a los ciclos de memoria anclados en la dictadura y lo que hoy llamamos postdictadura, como tiempo indefinido, interminable y en permanente duelo, que conecta los eventos, los hechos y los discursos de la contingencia con los tiempos del autoritarismo militar. El fin de la dictadura marcó una época de Informes y Comisiones de Verdad que generaron políticas de memoria y derechos humanos desde la sociedad civil en torno a desaparecidos, ejecutados políticos y tortura.

Los inicios de los movimientos y demandas LGFBQ+ no fueron, necesariamente, parte activa de la discusión política en torno a este tipo de derechos a nivel de sociedad civil, ni de gobierno. Hoy, la discusión parece estar en otro punto y las denuncias de violaciones, y agresiones sexuales a mujeres y a hombres, han sido expuestas y condenadas como vulneración de los derechos humanos de los ciudadanos movilizados. Esto hace creer que hemos avanzado un gran trecho desde 1990 con miras al 2020. Pero estos progresos en materia de derechos humanos y LGBTQ+ esconden una paradoja respecto del lugar que las homosexualidades tienen en contextos de crisis e inestabilidad político-social. En este texto quiero reflexionar sobre la política de represión a hombres homosexuales, porque creo que puede ser una entrada para comprender el contexto de violencia política y sexual de 2019, más que pensar en construir continuidades con la dictadura, creo que las formas de violencia que hemos visto en estos días están dentro de una construcción histórica de las memorias y las lógicas represivas de un ciclo específico de “la transición autoritaria” chilena.

Durante el pimer gobierno de la Concertación, cada 4 de marzo desde 1991 se hacía una marcha que conmemoraba el aniversario de la Comisión Rettig, como una forma de presionar por una política de verdad que diera cuenta de lo ocurrido y del paradero de los desaparecidos en dictadura. La marcha era convocada por organizaciones de derechos humanos y de familiares de detenidos desaparecidos y expresos políticos entre otros actores de la sociedad civil del periodo. En 1993, con el Movilh recién formado, organizaciones LGBTQ+ y un grupo de personas Trans que estaban cerca del Cerro Santa Lucía, se sumaron a la manifestación que conmemoraba el segundo aniversario de dicha Comisión, demandando una política más decisiva en torno a verdad, memoria y justicia en casos de violaciones a los derechos humanos. El Movilh había llamado a homosexuales y lesbianas a sumarse a la manifestación, y las organizaciones civiles habían pedido que los homosexuales marcharan, paradójicamente “a la cola” y sin pancartas alusivas a sus demandas específicas, para no empañar la lucha en contra de la impunidad.

Evitar llamar la atención no fue un objetivo que se lograra, los rostros pintados y consignas de las personas LGBTQ+ recalcaron por sí mismas, su condición de “seres humanos” demandando respeto y derechos propios, al tiempo que, en palabras de Lemebel: “invirtieron duelo por color”. Sin embargo, al mismo tiempo, incomodaron y opacaron la marcha de las organizaciones de derechos humanos, y se convirtieron en una expresión exotizada de los estereotipos gay y travestis, que la prensa del periodo no resistió en retratar y resaltar como la presencia más llamativa en la manifestación, expropiando a los homosexuales de su lugar en la lucha política del periodo. Pedro Lemebel cuestionó el papel de los homosexuales en el espacio público y en la política de la transición a la democracia en un texto que, parafraseando a Kundera, tituló “La insoportable levedad del Gay[1]. En él decía que el maquillaje y los tacones altos de los homosexuales, expresaban una sonrisa incómoda y triste de las “locas” puestas en vitrina en el espacio público. Un espacio que les había sido negado, y que cuando irrumpían en él, se les despolitizaba y desaparecía.

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