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COVID-19 y “cités” en Santiago: el eterno retorno al conventillo


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La comuna de Quilicura ha acaparado parte de la atención de la opinión pública estas semanas, tras conocerse un brote infeccioso de COVID-19 en una vivienda colectiva de la población Parinacota, sector de marcada vulnerabilidad social, inseguridad y violencia.

A diferencia de ocasiones anteriores, ahora el riesgo no provenía del narcotráfico ni las balaceras: el peligro era un grupo de inmigrantes haitianos, entre los cuales se encontraban 33 casos confirmados de contagiados con coronavirus.

Diversos medios de comunicación se concentraron en el sector, en una cobertura que fue pronto criticada por su tratamiento hacia los ocupantes de la vivienda, que antecedió a intentos de ataques a la misma y declaraciones al borde de la xenofobia por parte de vecinos, sin mencionar la virulencia hacia estas comunidades en redes sociales.

Una revisión a las noticias publicadas en torno al hecho revela un detalle en apariencia irrelevante, pero que oculta un problema histórico de la ciudad y sus habitantes agravado hoy por el contexto de una sociedad en crisis de toda índole. Gran parte de los medios se refirió en sus notas a un cité, galicismo adoptado en Chile en las primeras décadas del siglo para definir una forma de vivienda en áreas relativamente céntricas de las principales ciudades del país, y en particular de Santiago.

Se trataba de un conjunto de viviendas independientes estructuradas en torno a un patio común, con servicios sanitarios y cuartos diferenciados, surgidos como respuesta a las leyes que desde inicios del siglo XX surgieron para enfrentar a uno de los grandes problemas urbanos del período: el conventillo.

A diferencia del cité, el conventillo era una vivienda donde varios cuartos sin más ventilación que sus puertas de ingreso daban a un patio común, de baños compartidos, con canales o zanjas muchas veces abiertas para desechar las aguas servidas. Miseria pura.

Su masividad, alentada por la alta ganancia para los propietarios del suelo la construcción de un espacio con mínima inversión, se transformó hacia el Centenario republicano en uno de los motivos centrales de la llamada Cuestión Social. Denunciada por políticos y ensayistas, el conventillo era la opción de habitación más común para los sectores populares, que imposibilitada de acceder a la vivienda propia, se veía obligada al arriendo de estos espacios.

El avance de las miradas higienistas sobre las políticas públicas hizo del conventillo un fenómeno a combatir: éstas favorecieron el surgimiento de cuerpos legales como la ley de habitaciones obreras de 1906 o la de 1925, que promovieron la demolición de los considerados insalubres, favoreciendo la aparición de nuevas soluciones habitacionales como el cité. Sin embargo, el acceso a estas viviendas sólo estuvo al alcance de pequeños sectores de la población; migrantes del campo o las zonas mineras que arribaron tras la Gran Depresión de 1929 no contaban con más expectativa que el arriendo de piezas.

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