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La coronacrisis de los cuidados: ser madre trabajadora en pandemia


Medio:

Pánico. El corazón late fuerte y tengo esa sensación de que la sangre me sube a la cara. El pecho tenso, un nudo en la garganta. El permiso que solicité a las 9.30 de la mañana en Comisaría Virtual no se descargó bien en el celular y ahora me encuentro sin internet, porque estuve tan colapsada de pega que se me olvidó pagar la cuenta. Así que figuro en mi auto, parada en un control con mi hija de tres años sentada atrás en su silla, sin el bendito permiso en PDF y sólo con el mail con un link inútil. La carabinera me dice que ése no es el permiso (¡sé que no es el permiso, señora!). Le digo que no tengo internet, le imploro con mis ojos. Me mira rápidamente desde detrás de su mascarilla. “Ya, vaya no más”. Acelero. Desde atrás la voz de mi hija, “¿Mamá estás bien?”.  No, definitivamente no estoy bien, pero le digo que sí, todo bien.

Esta escena, de sentirme al otro lado de la ley, nerviosa y estresada, ¿por qué ocurre?  ¿Acaso estoy haciendo algo malo? Técnicamente sí: como miles de chilenxs, he empezado a sacar permisos “truchos”; voy al “super”, “al banco”, “a pagar cuentas”, cuando en realidad simplemente salgo un par de horas al día para ir a buscar una persona que cuide a mi hija mientras trabajo. Las últimas semanas, la carga laboral ha crecido mucho, por las fechas del concurso de Fondecyt regular, que sólo se corrieron unas semanas hasta fines de junio. Así, el frágil equilibro de hacer clases de pre y postgrado, trabajar un proyecto de investigación y hacer cuidados como “mamá soltera”, se ha roto en mil pedazos. Al igual que nosotras, la cuidadora ha estado en cuarentena desde hace meses, con el temor adicional de que se acabe su seguro de cesantía. No ha podido trabajar desde marzo. La paso a buscar y la llevo de vuelta en auto para minimizar los riesgos. Para eso necesito los permisos, pero no los hay para mi situación; existen para sacar a pasear al perro, pero no para solucionar el tema de los cuidados de lxs hijxs. Prueba de eso es el chiste del “permiso” para la tutela compartida, que claramente se basa en la idea de una sola visita semanal del “papito corazón”: se concede una vez para que la mamá lleve la bendición donde el papá y una vez para que el papá se lo/a devuelva. Nada más. Así funciona este juego ridículo, lleno de malos ratos y ansiedad, de los permisos truchos y los nervios en la calle.

Resolver la situación de las mujeres trabajadoras durante una pandemia global y cuarentena no es prioridad para este gobierno. Pero el problema es grande. Existe una enorme cantidad de familias en Chile en que la mujer es “jefa de hogar”, un eufemismo para decir que lo hace todo: trabaja fuera del hogar y también es responsable de los cuidados dentro de él. Como bien sabemos, somos las mujeres las que más nos encargamos de los cuidados: de los adultos mayores, de lxs niñxs, de lxs enfermxs. Sí, hay algunos hombres que participan, que también asumen cuidados, pero todos los estudios siguen indicando que las mujeres hacen, en promedio, dos o tres horas más de cuidados en la casa todos los días, en promedio. Eso no cuenta la tremenda cantidad de hogares donde los hombres están ausentes o donde participan muy poco. ¡Y claro que hay diversidad de hogares y familias! Monoparentales, homo-lesbo-transparentales, familias mixtas y familias extendidas, hay de todo. Pero dentro de todas estas configuraciones, las mujeres seguimos haciendo más trabajo de cuidados. Por lo mismo, en esta crisis hemos sido nosotras las que asumimos el peso de todo, ahora no solamente lo “normal” sino también todo lo “extra” de personas enfermas por COVID-19 y preocupaciones mayores por niñxs y personas de tercera edad.

Históricamente, la entrada de las mujeres a la fuerza laboral ha dependido casi totalmente de la fuerza de un Estado de bienestar y la promoción de políticas públicas que abarquen el tema de los cuidados. Las mujeres profesionales que tenemos el gran privilegio de hacer teletrabajo, como es mi caso, tenemos que lidiar como podamos.  Las opciones son básicamente dos: 1) tener el/la hijo/a enchufado/a en pantallas todo el día (Netflix, tablet, televisión, etc.) o 2) abandonar cualquier pretensión a poder trabajar más de unas pocas horas diarias. Si optas por la primera, recibes muchas críticas de otras madres (¡o qué terrible está todo el día en el tablet, qué vergüenza!), pero si optas por la segunda, lo más probable es que tu situación laboral se vaya a empeorar.  Para la mayoría de nosotras, optar por el número dos es también abrirte a la posibilidad de perder tu pega, lo cual se levanta como una verdadera pesadilla en este escenario económico que estamos viviendo. De ahí, la necesidad de poder contar con cuidados personalizados en casa, tomando todos los resguardos necesarios por la pandemia. En otras latitudes se llama a esto la estrategia de “double bubble”, esto es que dos o tres núcleos familiares “sanos” (bubbles o burbujas) en cuarentena se pueden visitar, en particular para ayudar con cuidados de menores y mayores. Pero aquí se entra en el factor de la plata; no es la visita de un/a familiar haciendo trabajo no remunerado, sino de una mujer cuidadora pagada. Aquí también el problema, porque hay un factor de clase clarísimo. Las mujeres trabajadoras populares, concentradas en sectores informales, precarizados y mal pagados, no pueden costear estos servicios. Pero nadie vive con sesenta y cinco mil pesos de “sueldo de emergencia”.  Tienen que salir a trabajar, pero ¿quién queda con lxs niñxs?

A casi tres meses del inicio de la “coronacrisis” y las primeras cuarentenas, todavía estamos sin ningún tipo de plan o programa, ni siquiera tentativo, respecto el tema de los cuidados y las mujeres trabajadoras. Esto es totalmente inaceptable, situación que junto con el COVID-19 nos está afectando gravemente nuestra salud y nuestras posibilidades económicas. Por eso urge hacer algo, y luego.

Desde mi living escucho la voz de mi hija, que está feliz armando un proyecto de arte. Hoy saqué otro permiso trucho y pasé a buscar a su cuidadora. Por el mismo tema de los permisos, sólo puede venir dos o tres veces a la semana, pero es un gran alivio cuando está.

Así logré terminar esta columna (y una serie de otras tareas que tenía pendientes).  Todo gracias a la cuidadora y su trabajo. Su trabajo permite mi trabajo.  Ya no voy a fingir más que lo puedo hacer todo sola. Simplemente no es posible.

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