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Pioneras: Unidas contra la violencia hacia las mujeres


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Tras el tsunami feminista de 2018, y a modo de revisión de la huella feminista en Chile, Hillary Hiner, académica de la Universidad Diego Portales, recopiló el origen de una de las primeras casas de acogida que recibió a las sobrevivientes de violencia intrafamiliar en Talca.

En plena década del 80, como forma de resistencia a la dictadura, las mujeres chilenas comenzaron a organizarse y, por medio de consignas como “democracia en el país, en la casa y en la cama”, promovida por intelectuales como Julieta Kirkwood y Margarita Pisano –precursoras del movimiento feminista– alzaban la voz haciendo un llamado a frenar la represión, pero también exigiendo igualdad.

En este contexto, un grupo de talquinas comenzó a trabajar de forma colectiva: compraban juntas y cocinaban ollas comunes que compartían en la comunidad. Vecinas, amigas y sus hijos e hijas se reunían a diario, situación que las condujo a conformar el grupo Yela en 1986, y también las llevó a fundar una de las primeras casas de acogida para víctimas de violencia intrafamiliar en el país, que funcionó desde 1994 hasta 2009.

Así lo documenta Hillary Hiner, doctora en Historia de la Universidad de Chile, miembro de la Red de Historiadoras feministas y académica de la Universidad Diego Portales, autora de Violencia de género, pobladoras y feminismo popular (Tiempo Robado), un libro que sitúa como protagonistas de la historia reciente en la región del Maule, a las fundadoras de la casa Yela en Talca. Además, plantea las tensiones que existieron entre el Estado y las mujeres pioneras en temas de violencia doméstica entre los 80 y los 2000.

El interés de Hiner por esta temática ha sido su línea de trabajo desde el pregrado, pues ha trabajado en temas de género e historia feminista, pero no fue sino hasta 2005 que escuchó de la Casa Yela. “Se la mencionaba en algunos textos, funcionó muy bien y fue pionera en atención comunitaria, sicosocial y legal. También había otras en Chile, como la Casa Mirabal en Coronel, o la Casa Huamachuco y Malena en Santiago, que se formaron gracias a las mujeres populares feministas”, cuenta.

En primera instancia, según cuenta Hiner, un grupo de doce pobladoras, junto a dos religiosas, comenzaron a buscar estrategias de sobrevivencia en un contexto de extrema pobreza y represión por parte del Estado. “Comienzan a tomar turnos para cocinar juntas y van viendo que hay vecinas que llegan golpeadas o con un ojo morado”, cuenta, y agrega que, frente a esta realidad, “algunas decidieron capacitarse y acudieron a grupos como La Morada, de los primeros en trabajar la violencia”.

Al principio, el grupo Yela funcionaba vinculado a la parroquia, después pasó a manos de una organización que canalizaba recursos de donantes del extranjero, hasta que en los 90 consiguieron apoyo económico permanente de una ONG suiza hasta 2008, en que en medio de una crisis financiera terminaron por cerrar definitivamente. Las dependencias contaban con seis dormitorios y capacidad para doce personas.

La autora plantea que el surgimiento de este tipo de casas servían como una forma de apoyar a quienes habían sobrevivido a la violencia, mujeres que se quedaban un tiempo junto a sus hijos y recibían servicios, asesoría y acompañamiento. Esto lo reafirma Leonarda Gutiérrez, una de las fundadoras del grupo, para quien la casa significó no sólo la concreción de un servicio, sino también una ayuda a que ellas conocieran sus derechos. “El 90% de las que apoyamos no sabía, por ejemplo, que podía votar y para el plebiscito les enseñamos, entonces podían elegir y aprender a valerse por sí mismas”. Sobre los casos que atendieron, Gutiérrez comenta: “Hubo algunos que no quiero recordar por el dolor que vi. Tuvimos que curar heridas físicas y trabajar desde cero con madres y sus hijos, quienes también sufrían violencia”.

Según Hiner, el surgimiento de una casa de acogida con estas características se enmarca entre los años 60 y 70 en países como Inglaterra o Estados Unidos, por parte de grupos feministas que comienzan a identificar la necesidad de un espacio al cual recurrir en caso de emergencia o violencia. “Por lo general, se trata de una casa grande, con cocina y living compartido, y no era necesario estar en un juicio, o denunciar para llegar ahí”, cuenta.

En términos legales, durante la dictadura, la única forma de denunciar era cuando existían lesiones realmente graves o casos de parricidio. En este sentido, las mujeres Yela fueron pioneras en nuestro país. “Recién en 1994 empieza a cambiar esto, con la primera ley de violencia intrafamiliar, pero a fines de los 90 los femicidios empezaron a motivar cambios. Hasta 2005 con la segunda ley y la creación del Servicio Nacional de la Mujer (Sernam)”, dice.

La historiadora reconoce que ha habido un avance en el tratamiento de la violencia: “Antiguamente no había nada, por eso era tan necesaria e importante una casa como Yela”. Sin embargo, el lugar dejó de funcionar en 2009 y el Sernam abrió un centro en la capital de la región del Maule, pues, por temas económicos y políticos, el proyecto dejó de ser viable.“Hubo un proceso también de ciertos quiebres internos dentro de la casa, el tema del financiamiento no fue menor y eso empezó a ejercer mucha presión y, en última instancia, estaban apenas sobreviviendo con subvenciones. Fue muy difícil mantenerlo en pie”, señala.

Para la académica, quien también participó como cofundadora de la Red de Historiadoras Feministas, en el marco de la ola feminista que cobró fuerza en 2018, el libro permite abrir el espectro y comprobar que la lucha de las mujeres tiene años de recorrido, poniendo en tensión los debates de hoy.

De este modo, Violencia de género, pobladoras y feminismo popular da una visión actualizada de la historia feminista en nuestro país, invitándonos a reflexionar sobre el pasado y repensar los diálogos del presente con miras al futuro. Este jueves 27 de junio, se realizará el lanzamiento en la Universidad Autónoma de Talca.

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